Sobre nosotros
Empezamos poco a poco.
Siempre habíamos hecho nuestro propio pan, así que empezamos a venderlo. Primero a los vecinos, después en los mercados y más tarde en las tiendas.Poco a poco fuimos ampliando la distribución en gran parte gracias al boca a boca.
Es un trabajo duro pero lo hacemos con amor, y creemos que esto nos permite comunicarnos con la gente de una forma muy grata.
No somos empresarios, somos personas que hacemos pan para ganarnos la vida
Historia de dos artesanos
José Luis, Silvina y sus dos hijos aterrizaron en Madrid en febrero 2001, como una más de las centenares de familias argentinas que cada año visitan España. Al cabo de cuarenta días recorriendo la península, los Cándido Fernández determinaron que su relación con el país no había hecho más que empezar
Y así seguía
El 4 de septiembre estaban de vuelta, con su vida empaquetada en treinta y cuatro cajas y decididos a embarcarse en la «aventura kamikaze» que suponía para un abogado y una pediatra detener sus carreras para tomarse un año sabático a diez mil kilómetros de distancia.
Tres meses después de instalarse en Madrid, en su Argentina natal estalló el ‘corralito’. Sin acceso a sus cuentas bancarias, sin títulos universitarios homologados y con dos niños pequeños, la estancia voluntaria de José Luis y Silvina se convirtió en un camino del mejor aprendizaje que les pudo haber dado la vida, el recorrer y compenentrarse con culturas diferentes; que les llevó, durante siete años, por cinco comunidades y una retahíla de puestos de trabajo.
El destino les fue arrastrando hasta que, en septiembre de 2008, recalaron en Parres. La vida parecía asentarse: compraron una casa, Silvina empezó a trabajar como pediatra y los chicos, José y Juan, sentían Arriondas como su hogar. En 2012, un nuevo punto de giro trastocó la calma de la familia: Silvina perdía su empleo en el hospital.
Con una hipoteca y dos hijos estudiando, el pan se convirtió en su método de subsistencia. «Siempre habíamos hecho el nuestro propio, así que empezamos a venderlo», cuenta Silvina. Primero a los vecinos, después en los mercados y más tarde en las tiendas.
Hoy, los productos de Pachamama están presentes en dieciséis puntos de venta y la palabra ‘negocio’, desterrada de su vocabulario.